jueves, 12 de agosto de 2010

ESTUDIOS SOBRE EL TABERNÁCULO EN EL DESIERTO (3)

ESTUDIOS SOBRE EL TABERNÁCULO EN EL DESIERTO (3) 



EL TABERNÁCULO propiamente dicho era una estructura desarmable construida con 48 grandes tablas de madera de acacia recubiertas de oro, y unidas entre sí mediante un original sistema de anillos y barras. 
Las tablas se disponían en forma vertical, asentadas sobre basas de plata que las sustentaban sobre la arena del desierto. 
Ya consideramos anteriormente que Dios mandó construir el Tabernáculo como su morada para habitar junto a su pueblo, aunque sólo lo haría allí por un tiempo limitado. Su designio contemplaba para lo futuro algo mucho más trascendente que aquella tienda en el desierto, para constituir su morada entre los hombres.
Así podemos advertir que el Tabernáculo era solamente una figura simbólica de lo que el Señor mismo edificaría más tarde como su apropiada morada: Su Iglesia. 
Como la gloria de Jehová moraba antiguamente dentro de aquella tienda singular en el desierto -y solamente en ella- así ahora la presencia de Dios es conocida entre aquellos que son “juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef.2:22)
La pompa y la grandeza de los templos paganos, grandiosos y magníficos, podían atraer hasta a los más opulentos reyes de la tierra, e inducir a miles de incautos a adorar frente a sus altares, pero ninguno de ellos pudo ser, pese a las pretensiones de los devotos religiosos, “la morada de Dios”, pues la morada escogida por Él era una humilde tienda erigida según su propio diseño, y ordenada según su propia voluntad. Sólo allí la autoridad del Señor fue reconocida, y sus mandamientos obedecidos. 
Respecto de la edificación del Tabernáculo, leemos en Éxodo 39:43 “Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado...” 
Y como respuesta divina a lo hecho como Jehová había mandado, la Escritura menciona: “Entonces, una nube cubrió el Tabernáculo de reunión. Y la gloria de Jehová llenó el Tabernáculo” (Ex.40:34
¡Qué bendita y solemne lección para cada uno de nosotros: El lugar donde se manifiesta la presencia, el poder y la gloria del Señor, sólo es aquel que Él mismo ha establecido y ordenado! Las tradiciones y la sabiduría humana, con sus propios vanos razonamientos, no tienen cabida ni autoridad allí. 

Las basas de plata: Las tablas del Tabernáculo eran sostenidas, cada una, por dos basas (o pedestales) de plata, que les proporcionaban adecuado apoyo. Recordemos que el tabernáculo era una estructura móvil que se armaba sobre las inestables arenas del desierto, por lo que no se disponía de un piso apto para apoyar directamente las maderas de canto. 
Más allá del aspecto constructivo práctico, consideremos que tanto los materiales como la disposición de cada uno de los elementos, prefiguraban una valiosa enseñanza espiritual. 
Ya mencionamos que aquellas basas, o fundamentos, que mantenían la estabilidad de las tablas eran de plata, por lo que tenían gran valor. 
A través de Éxodo 30:11-16 nos enteramos de dónde provenía la plata. Era del dinero de las expiaciones del pueblo. Cuando los integrantes del pueblo de Israel fueron censados, cada uno de los inscritos mayores de 20 años debía presentar, como rescate de su propia persona, medio siclo de plata (5,7 gramos). 
Por lo tanto, podemos discernir que en las Escrituras la plata simboliza REDENCIÓN.
Nadie podía ser registrado como integrante del pueblo de Dios sin antes pagar el dinero de la expiación. Esto nos enseña, en figura, que igualmente nadie puede pertenecer a la familia de Dios, ni entrar al cielo, aparte de la fe en el Señor Jesucristo, cuya sangre fue el precio de la expiación.
No hay salvación, ni redención, ni comunión, sino por la sangre preciosa de Cristo. 
Quienes rechazan al Señor, y niegan la eficacia de su sangre, no están inscritos como ciudadanos del cielo en el Libro de la Vida del Cordero. 
Pero para quienes hemos creído con fe para salvación, se ha hecho realidad lo que declara 1ª Pedro 2:18-19 “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” 

¡Gracias al Señor por tan grande redención! “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz, el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Col.1:12-14) 

Cuando se emplazaba el tabernáculo, la primera parte del trabajo consistía en colocar las basas de plata. Antes de alzar una tabla o introducir una estaca, los (*)meraritas tenían que asentar sobre el suelo arenoso del desierto las sólidas basas de plata. Sin ellas no hubiera sido posible erigir debidamente la morada de Jehová. 

(*) Los meraritas eran los descendientes del hijo menor de Leví, Merari. Pertenecían a una de las tres familias de levitas, y se encargaban de llevar las pertenencias del Tabernáculo durante la peregrinación de los israelitas por el desierto, y armarlo cuando se detenían en las escalas de su recorrido.

En coincidencia con esto, la Escritura describe (ya en el período de la gracia del Nuevo Pacto) la misión del apóstol Pablo en la ciudad de Corinto, cuando aún no había allí ningún vestigio de testimonio cristiano. Esa urbe, próspera y cosmopolita, se caracterizaba por el culto a la inmoralidad disfrazada de religión. La tarea “fundamental” de Pablo en ese difícil terreno espiritual fue predicar “a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1ª Co.2:2) 
Como resultado, muchos corintios creyeron al Evangelio, y Pablo “se detuvo un año y seis meses, enseñándoles la Palabra de Dios” (Hch.18:11) 
De ese modo, y sólo así, se estableció la iglesia de Dios en Corinto. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.” (1ª Co. 3:11) 
Y cuando reflexionamos en la obra de Cristo a nuestro favor podemos apreciar en ella dos verdades fundamentales a modo de dos basas sobre las que descansa la estructura de nuestra fe: La justicia y el amor de Dios. 
Si Dios hubiese obrado solamente en función de su justicia, nos habría condenado. Si nos hubiese amado sin juzgar nuestro pecado, habría sido un juez injusto.
“Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Is.53:6) 
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1ª Jn.4:10) 

Dios armonizó su justicia y su amor en la cruz de Cristo. Su perfecta justicia quedó allí satisfecha para siempre en relación con los creyentes, y su inconmensurable amor fue elocuentemente expresado: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Ro.5:8) 

Cual tabla levantada sobre la arena del desierto, afianzada sobre sus basas de plata, el creyente rescatado está firme, y su salvación es segura. “Porque por la fe estáis firmes” (2ª Co.1:24.b) …pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Ro.14:4.b) 


Las tablas de madera de acacia: (Ex.26:15-25; 36:20-30,34) 
La estructura del Tabernáculo fue construida con madera de acacia. 
Las sólidas tablas, de una sola pieza, sin añadidura alguna, medían aproximadamente 4,50 m. de largo por 0,675 m. de ancho cada una, y recordemos que eran colocadas en forma vertical, veinte sobre el costado norte, veinte sobre el costado sur, y ocho sobre el lado posterior, que se situaba al oeste. 
Cada una de las tablas se aseguraba a sus respectivas bases de plata por medio de dos espigas. 
La madera, en las Escrituras, es figura de lo humano, mientras que el oro es símbolo de lo divino. Las tablas del Tabernáculo, de madera revestida de oro, expresaban en figura la condición de cada pecador salvado por gracia, que habiendo muerto como hijo de Adán ha sido levantado en nueva vida, y revestido de Cristo (Gá.3:27) para ser miembro de la verdadera iglesia. 
El estado de aquellas tablas una vez había sido diferente. Fueron majestuosas acacias creciendo en la tierra, que las sostenía y les aportaba sus nutrientes. Habían sido de la tierra, y estuvieron arraigadas en ella. Su gloria también fue de la tierra. La Biblia compara la grandeza efímera de los hombres malvados, destinados a muerte, con la de los árboles altos (Ver Ez.31:2-14) 
Sin embargo, aquellas altas acacias fueron escogidas por Jehová para la edificación de su morada, y llegó el día cuando el hacha cercenó sus raíces. Fueron cortadas, y murieron en cuanto a la tierra. Su vínculo con ella fue quitado para siempre. 
Del mismo modo ocurrió con el creyente. Fue sacado por el poder de Dios de su lugar en el mundo, y despojado de su “gloria” terrenal, para integrar “la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1ª Ti.3:15) 
El Señor Jesús oró por sus discípulos declarando ante el Padre: “No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo” (Jn.17:16) Desde que fuimos hechos hijos de Dios ya no somos del mundo, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 
Y todo esto proviene de Dios... (2ª Co.5:17-18.a)
Saulo, transitando sobre las alturas de su religiosidad farisea, en el camino a Damasco fue literalmente echado a tierra por el poder y la luz refulgente del Señor Jesús. Luego de ser quebrantado y despojado de su jactanciosa justicia propia, fue transformado y llamado a dar testimonio de quien desde entonces fue su Salvador y Señor.
Más tarde Pablo escribió: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya.” (Fil.3:20-21)
La madera de la humanidad de Pablo fue despojada de su belleza natural, para ser revestida del oro de la gloria divina, y pasar a formar parte del edificio de Dios. 
Así cada tabla del Tabernáculo fue cortada y levantada, atravesando, en figura, por la muerte y la resurrección, para ocupar su lugar en la morada de Dios. 
Del mismo modo, Dios, por su gracia maravillosa, está tomando del mundo “un pueblo para Su Nombre.” (Hch.15:14) integrado por personas que han muerto y resucitado con Cristo, para ser “juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu.” (Ef.2:22) 

Las Barras: (Éxodo 26-26-29, 36:31-34)
Las tablas del tabernáculo, aunque afirmadas perfectamente sobre sus bases, podrían haberse desplomado fácilmente ante el menor viento del desierto si no hubieran estado fuertemente sostenidas entre sí. 
La unión de todas las tablas se lograba mediante cinco barras horizontales, (travesaños) colocadas de extremo a extremo en cada lado del tabernáculo. Cuatro barras se insertaban por anillos (a modo de armellas), fijados a cada una de las tablas, y la quinta barra se introducía directamente en perforaciones alineadas en el medio de las tablas, a lo ancho, por el núcleo, como una larga espiga que unía invisiblemente la totalidad de las maderas de cada lado del tabernáculo. Estas barras, al igual que todas las tablas, eran de madera de acacia y estaban revestidas en oro. 
Esto nos enseña, en figura, la unidad y la comunión inherente a cada creyente como integrante de la iglesia de Dios. 
En la iglesia en Jerusalén, (Hch. 2:41-44) todos los que habían creído estaban juntos, perseverando 1) en la doctrina de los apóstoles, 2) en la comunión unos con otros, 3) en el partimiento del pan (la Cena del Señor) y 4) en las oraciones. Podríamos considerar estas características como las cuatro barras visibles que mantenían la unidad de los integrantes de la congregación, además de la barra invisible del medio, que simbolizaría la unidad del Espíritu. (Ef.4:3) El Espíritu Santo invisiblemente une a todos los redimidos en un solo cuerpo (1ª Co.12:13)
Las mismas características siguen distinguiendo hoy a la verdadera iglesia cristiana (el cuerpo de Cristo) integrada por todos los santos que en cualquier lugar invocan el Nombre del Señor Jesucristo (1ª Co, 1:2) . 
Ahora bien, a través de la disposición de las tablas observamos que la legítima unidad no necesariamente se manifiesta en la concentración masiva de los cristianos, como algunos suponen, sino más bien en que cada redimido, en la verdadera unidad del Espíritu esté ocupando el lugar que le corresponde en el edificio de Dios (1ª Co.3:9) permaneciendo en los límites que Dios mismo le ha demarcado. Las tablas no estaban todas apiladas en un solo montón, sino colocadas sucesivamente una al lado de otra, ocupando cada una su propio espacio para completar todo el perímetro de la morada de Dios. Por ejemplo, suponiendo que las tablas hubiesen estado ordenadas por número, obviamente habría existido una determinada distancia física entre la Nº 1 y la Nº 20. No obstante, cada una seguía constituyendo el mismo edificio, y guardando la unidad a través de las barras que la vinculaban con las demás, de modo tal que quien observaba el Tabernáculo podía verlo como un sola y compacta construcción. 

Por otra parte, las tablas, asentadas debidamente sobre sus basas de plata, y perfectamente unidas entre sí por las barras, todo recubierto de oro, nos muestran que los rescatados del Señor, exclusivamente personas que han nacido de nuevo, son hechos participantes de la naturaleza divina, (2ª Pedro 1:4) y por la posición que ocupan en Cristo, Dios los estima particularmente valiosos en virtud del oro que los recubre. “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.” (Gá.3:26-27) 



LAS CORTINAS Y CUBIERTAS DEL TABERNÁCULO (Éxodo 26:1-14; 36:8-19) 

La cubierta del tabernáculo, a modo de techo, se constituía del siguiente modo: Primeramente, como recubrimiento interior, se montaba un cortinaje integrado por 10 cortinas unidas de hilo de lino retorcido, con detalles en azul, púrpura y carmesí, y decorado magníficamente con figuras de querubines. Luego, sobre ese tapiz se colocaba un segundo cortinaje de 11 cortinas de hebras de pelo de cabra, el que a su vez era tapado con una cubierta hecha de pieles de carneros teñidas de rojo. Finalmente todo el conjunto se protegía con una cubierta de pieles de tejones que quedaba expuesta al exterior.
Examinaremos esto en su carácter figurativo, lo que, como toda la enseñanza que obtenemos del tabernáculo, nos llevará siempre a la consideración de las virtudes de la persona de Cristo. 
Sin embargo, cuando estudiamos el tabernáculo y sus detalles, no debemos ignorar que, como dice He.9:5, no se puede ahora hablar de todas estas cosas en detalle. 

1) Las cortinas de lino torcido: (Éx.26:1-6 y 36:8-13) 
El lino es una noble planta de uso medicinal que se utiliza además para elaborar distintos productos, como el aceite de lino, o linaza, extraído de las semillas, y el hilo, obtenido de las fibras del tallo.
El lino, ya procesado como tela, en las Escrituras es figura de pureza, dignidad y justicia. En Apocalipsis 19:8 leemos que “el lino fino es las acciones justas de los santos” 
Pero antes que eso pudiera ser posible, el Señor Jesucristo, el Santo y Verdadero (Ap.3:7), consumó la acción justa por excelencia, la obra de nuestra redención. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2ª Co.5:22) Cuando Él murió, luego de ser crucificado por nuestros pecados, José, de Arimatea, valientemente pidió Su cuerpo para darle honrosa sepultura, y para ello lo envolvió en un lienzo de lino, que nos habla de la sublime dignidad de aquel que se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte. “Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un Nombre que es sobre todo nombre.” (Fil.2:10) 
El Señor mismo había declarado que levantaría en tres días el “templo” de su cuerpo, la morada divina que los hombres pretendieron destruir. (Jn.2:19-21) Con su triunfal resurrección, Él cumplió aquel desafío, y sólo por Sus méritos las acciones de los santos pueden ser justas. Así, a la novia, (la iglesia) ya en el cielo, se le concederá vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente. 

La Escritura describe que el tapiz que estamos examinando estaba formado por dos conjuntos de cinco cortinas cada uno, que se unían entre sí mediante lazadas de “azul” y corchetes (ganchos) de oro. 
El azul evoca el cielo, “donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col.3:1), y el oro alude a lo divino. Así como las cortinas, unidas por los corchetes de oro, integraban un único tabernáculo, todos los hijos de Dios, unidos por lazos divinos y celestiales, somos uno en Cristo.
“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn.17:22) 

(Oportunamente nos referiremos al significado simbólico de los colores carmesí y púrpura que adornaban estas cortinas, y que se utilizaron también en otros paños que más adelante consideraremos.) 

Las figuras de querubines hacen alusión a los querubines (uno de los rangos del orden angélico) verdaderos, que se desempeñan en relación con la santidad y la gloria de Dios, guardando el acceso a Su presencia.
Solamente el sacerdote tenía derecho de entrar a la parte más íntima del santuario del Señor.
Pero ahora, por derecho de redención y por su posición en Cristo, cada hijo de Dios tiene acceso como creyente-sacerdote al trono de la gracia de Dios, a través del Señor Jesucristo. 
Los querubines no le negarán el acceso al Lugar Santísimo ni al más sencillo de los cristianos que se acerque con corazón sincero, porque tenemos libertad de entrar por la sangre del Señor Jesucristo. (He,10:19-22)

2) Las cortinas de pelo de cabra: (Éx.26:7 y 36:14-18) 
Como señalamos antes, sobre el tapiz de lino se colocaba un segundo cortinaje de hebras de pelo de cabra. De tamaño algo mayor que el anterior, estaba integrado por dos conjuntos de 5 y 6 cortinas respectivamente. Las dos piezas se unían mediante lazadas y corchetes de bronce. Una de las cortinas de ese agrupamiento se extendía por el frente del tabernáculo para cubrir la puerta.
Reparemos ahora en la cantidad de cortinas. Aunque debemos ser cuidadosos de no especular con los números, descubrimos aquí una enseñanza: El número cinco alude a la gracia, (Recordemos las cinco ofrendas levíticas simbolizando la provisión hecha por Cristo), y el seis es el número del hombre.
La gracia está vinculada con el hombre (varón y mujer) en virtud de la justicia de Dios, tal como las cortinas estaban unidas por los corchetes de bronce (Recordemos lo referente al significado simbólico atribuido al bronce) 
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Ro.3:24-26) (subrayado mío) 
Deducimos que la función de esta cortina era impedir que el primoroso lino, al que cubría, pudiera deteriorarse o mancharse por causa de la acción de agentes exteriores. 
Pero principalmente nos interesa en particular el carácter figurativo de dicha cortina.
En Nm. 28:15 encontramos que la ofrenda de expiación del pecado era un macho cabrío, y en Lv.16:9 que en el día de la expiación debía sacrificarse un macho cabrío. 
Sabemos que mediante el sacrificio de expiación el ofensor quedaba amparado de sufrir condena, pues de ese modo el pecado era alejado de él. 
Por lo tanto, la cortina de pelo de cabra, cubriendo el tabernáculo y la puerta, es figura de la protección que gozamos en virtud de que el Señor Jesucristo efectuó para siempre la expiación de nuestros pecados. “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos...” (He.9:28) 
Empero, si la expiación significó que nos alejáramos definitivamente de la pena del pecado, con mayor razón ello debe impelernos a separarnos de cualquier práctica pecaminosa. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el Nombre de Cristo” (2ª Ti.2:19b.) “Apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala.” (1ª P..3:11)

3) La cubierta de pieles de carneros, teñidas de rojo. (Éx. 26:14; 36:19) 

Los carneros componían la ofrenda que se ofrecía en ocasión de la consagración de los sacerdotes (Ex.29:1-34) 
Por consiguiente, esta cubierta es figura de la consagración de Cristo a Dios, en favor de los rescatados; consagración que llegó hasta la muerte, cuando se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, (He.9:14) derramando su sangre preciosa. 
Así comprendemos también el sentido del color rojo de las pieles teñidas. Nos habla precisamente de la sangre del Señor con la que fuimos justificados. (Ro.5:9)
Sin la ofrenda requerida, un sacerdote no podía ser consagrado. “Pero Cristo, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He.10:14) 
Por la ofrenda de Cristo, cada redimido ha sido consagrado como sacerdote. “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes (más exactamente: un reino, y sacerdotes) para Dios, su Padre: a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.” Ap.1:5b-6)

“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He.10:10) 

Ahora bien, cuando examinamos el ritual de consagración de los sacerdotes que servirían en el tabernáculo (Éx.29 y Lv.8 ), encontramos preciosas enseñanzas que como creyentes-sacerdotes nos ayudarán, no solo a valorar nuestros privilegios sino también a discernir nuestras responsabilidades. 

Después de cumplir distintas formalidades previas, que incluían otras ofrendas, Moisés procedió a sacrificar “el carnero de las consagraciones” (Lv. 8:22-23) Luego tomó de la sangre de dicho animal y la puso, según las instrucciones divinas, sobre el lóbulo de la oreja derecha del sacerdote Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, y acto seguido hizo también lo mismo con los hijos de Aarón. 
A continuación tomó partes de la ofrenda y las puso en las manos de Aarón, y en las manos de sus hijos, e hizo mecerlas como ofrenda mecida. Luego, tomándolas nuevamente de las manos de ellos, las hizo arder en el altar. El texto bíblico nos indica que “eran las consagraciones en olor grato, ofrenda encendida a Jehová” (Vs.28) 
Finalmente, Moisés roció con sangre a los sacerdotes, incluyendo sus vestiduras, ungiéndolos simultáneamente con aceite.
Los sacerdotes, lavados (Compárese con 1ª Co. 6:11), rociados con sangre, (1ª Pedro 1:2) y ungidos con aceite (1ª Jn, 2:20) tipifican a los creyentes completamente consagrados a Dios: con sus oídos atentos a la voz del Señor, con sus manos aptas y llenas para el servicio, y con sus pies firmes en la senda que Él les ha trazado. 

4) La cubierta de pieles de tejones (Éx.26:14; 36:19) 
Ésta era la última cubierta, expuesta al exterior, y visible desde afuera del tabernáculo. Protegía todo el conjunto de los rayos abrasadores del sol y de las tempestades del desierto, pero no exhibía belleza alguna que atrajera las miradas de los hombres. El tabernáculo era glorioso por dentro, con tablas revestidas en oro, y primorosas cortinas de fino lino, sin embargo, toda esa magnificencia podía ser vista solamente por los sacerdotes que entraban al Lugar Santo. 
Hay solamente una referencia más en la Biblia respecto del cuero de tejón. En Ezequiel 16:10 se menciona simbólicamente como el material usado en la confección de sandalias con las que Dios calzó a Jerusalén. Obviamente que el cometido del calzado es separar los pies del piso y protegerlos durante el diario caminar. 

Igualmente, la piel de tejón, dura, y de pelo largo y espeso, en la cubierta del tabernáculo tenía por objeto separar y proteger. En la vida terrenal del Señor Jesucristo encontramos la perfecta expresión de esa figura de separación. Aunque en su ministerio tomó contacto con los pecadores, y en su muerte fue “contado” con ellos, nunca se contaminó de ellos. (Is. 53:12) “...nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” (vs. 9) 
Al igual que esta cubierta observada desde afuera, el Señor fue visto sin atractivo, “No hay parecer en Él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Vs.2-3) 
Pero, como el sacerdote que entraba en el tabernáculo podía contemplar toda la perfección interior de ese Santo Lugar, figura de Cristo; así también el creyente, guardado del mal, hoy entra por fe en el Lugar Santísimo por la sangre del Señor Jesucristo, (He.10:19) y adora a Dios en la hermosura de Su santidad. (Sal.96:9)

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